
Yonko
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Kertch y Pyros corrían y corrían, pero no huyendo de los pueblerinos, sino justamente hacia ellos, o mejor dicho, hacia sus casas.
Se dirigían al poblado porque allí estaba la torre del Mizukage, y ahora era una carrera a vida o muerte (o al menos así lo tomaban) por fumarse al líder de la Aldea.
El Yonko miró de reojo a su compañero rubio, mientras los dos cruzaban un bosque de plantas exóticas que más bien parecíal algas. De pronto, se tiró al suelo, como si hubiera encontrado un montón de petas y Pyros picó.
Se tiró también al suelo, con un poco de retraso, y para cuando cayó, el Yonko ya estaba en pie, a su lado.
Lo miró como quien despide a alguien antes de mandarlo a la tumba, y Pyros se giró a su vez, para mirarlo con ojos de corderito degollado (un poco falsos). Sin embargo, su rostro cambió por completo a absoluta felicidad cuando vio lo que Kertch hacía.
El Yonko recurrió una vez más a todo su poder y realizó unos sellos, preparandose para hacer una de sus invocaciones. Del cielo cayó una verdadera alud de porros, que aplastaron literalmente al rubio, mientras este lloraba y chillaba de felicidad, intentando en bano abarcarlos a todos de una vez en la boca.

Confíando en que moriria ahogado, o al menos en que aquella gigantesca torre del tamaño de las fosas marianas lo mantendría entretenido varias horas, el peliverde echó a correr a toda velocidad rumbo a la torre.
Por el camino, El Yonko se dirigió a Kertch en su interior:



Y el Yonko siguió corriendo, cada vez un poco más cerca de la maravillosa torre donde le estaba esperando una buena recompensa. Un buen porranco de Kage.
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