
Nara
Pyros
Una tenue voz le llegó al muchacho del exterior.

-Jajajaaja... te dije que dominaba a la perfección mi elemento, que te hacía suponer que no podía volverme
completamente agua y congelarla.
Un calor recorrió el cuerpo de Pyros, un calor que le permitió resistir un poco más y pensar con más claridad, el calor del odio. Inundado por esa enorme fuerza Pyros empezó a mandar ordenes a sus músculos, intentando romper el hielo, pero ya era demasiado tarde, el hielo se había espesado, era duro como la roca. El anbu se vio forzado a buscar nuevas soluciones a este problema, mientras, su adversario, seguía presumiendo de su inteligencia y poderes.
Estaba ya a punto de rendirse, de dejar de luchar contra la hipotermia cuando, como si de un mundo paralelo se tratara, Joda se le presentó.


-Pero, ¿cuál es mi mayor miedo?...
En ese mismo momento Pyros volvió a tener otro viaje, pero, esta vez no era Joda el que tenía delante, sino a él mismo tumbado en una cama, durmiendo. Inexplicablemente consiguió ver lo que soñaba, al instante reconoció el sueño, o mas bien la pesadilla. El sueño era bastante conocido por Pyros, lo había tenido innumerables veces en su infancia.
Soñaba que se iba de viaje a un claro, alejado de todo. Una vez allí, abría su bolsa y descubría que se le habían acabado los porros. Alarmado, examinaba rápidamente sus bolsillos, pero no encontraba tampoco nada. Su porro estaba apunto de agotarse, no tenía nada que fumar. Empezaba a correr sin rumbo fijo, buscando algo que liar, pero no encontraba nada que fumar. El porro era cada vez mas y mas chico, se le agotaba el tiempo. El sueño duraba lo que le duraba el porro, pues al acabarse siempre se despertaba, empapado de sudor frío y con el corazón apunto de salírsele.
Sin saber muy bien por qué, Jodas reapareció, pero esta vez no era un recuerdo.

-Exacto, ese es tu mayo miedo y habrás de superarlo si quieres ganar.
Esas últimas palabras devolvieron al rubio a su agonía, lo único que podía sentir de sus miembros era un intenso dolor. La situación era similar a la de su sueño, no podía moverse para encender otro peta y el suyo se le estaba ya agotando, al igual que su vida, si no hacía nada, moriría antes de acabárselo.
Pyros miró a su peta, era reconfortante la entrada del calor de su por sus pulmones, el aroma de hierba fresca. Solo había dos opciones, o renunciaba a fumar, o esperaba a su muerte fumando hasta el final.

Una nube de pensamientos inundó la cabeza de Pyros, las dudas eran enormes, los riesgos, los máximos.
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